“¿Qué idea tenéis formada de la virtud en su relación con Dios y con la religión, con vos
mismo y con vuestros semejantes?”[1]
Pero
¿qué entendemos? O ¿qué hay que entender como virtud?
Consultemos
la filosofía de los clásicos:
Aristóteles define la virtud como la excelencia (areté),
interpretada ésta, siguiendo los principios de su Física y Metafísica,
no como una pasión, sino como una acción. De esta forma la virtud es la
acción más apropiada a la naturaleza de cada ser; el acto más conforme con
su esencia. Esta acción propia de cada ser que es la virtud, es también el bien
propio de cada ser. En el hombre, por tanto, la virtud es la excelencia de su
parte esencial que es el alma.
Para Platón, el tema de la virtud incluye dos
cuestiones fundamentales: la relativa al modo en que se puede poseer la virtud
y la relativa a su esencia o naturaleza. En cuanto a la primera cuestión vemos
en este filósofo la huella del punto de vista intelectualista de su maestro Sócrates:
quien posee una virtud posee un cierto conocimiento: no se puede hacer el bien
o la justicia si no se sabe qué es el bien y la justicia, del mismo modo que no
se puede hacer un trabajo físico determinado, levantar un puente o construir
una mesa si no se tiene un conocimiento de ello. En cuanto a la segunda
cuestión, el tema de la esencia de la virtud, Platón la concibe como el estado
que le corresponde al alma en función de su propia naturaleza.
Podemos
ver que, tanto en el caso de Aristóteles como en Platón, el pensamiento de
ambos coincide en relacionar la virtud con el alma, algo más allá de lo físico
que es a lo máximo que sus posicionamientos filosóficos les permiten llegar
para definir la parte más espiritual del hombre, evitando nombrar a Dios, para
no meterse en camisas de once varas.
Pero
en el caso que nos ocupa, vemos que la pregunta en cuestión interroga
concretamente sobre la idea que uno se hace sobre la virtud en su relación
con Dios y con la religión lo que delimita mucho más el asunto y nos sitúa
en el plano claramente espiritual y religioso, alejado totalmente de cualquier
otro concepto filosófico.
Todavía
sin haber salido nuestro candidato de la Cámara de Reflexión o preparación, el
H.·. Preparador enviado por el Venerable Maestro le recuerda que: “deberá
probar ante los Hermanos, por la práctica invariable de las virtudes que la
Orden exige, la real conformidad de sus sentimientos con la doctrina moral y
religiosa que constituye la base de esta respetable asociación[…]” una
Orden cuyas bases esenciales son: la religión, la virtud, la beneficencia y el
amor a la Verdad.[2]
NOTAS:
[1]Ritual de Aprendiz, pág. 20.
[2]Ritual Aprendiz, pág. 31.
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