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NAVIDAD 2020 (Continuación)

Dios es Amor tanto en la tradición judía como en la cristiana. El amor es un valor central en la ética y la teología judías. El Amor de Dios es don y entrega totalmente desinteresada hacia su Creación y su máximo exponente que es el hombre. San Juan es taxativo al respecto. “Dios es amor” (1 Jn IV, 8)[1].

 

Dios crea al hombre y la mujer por un acto de Amor; por acción de justa correspondencia, Dios espera que el hombre también lo ame. Pero la pareja humana rompe este pacto de amor.

 

Podría decirse que, desde ese mismo momento, comienza la historia de la Salvación, que es la historia de Dios que, enamorado de la humanidad intenta una y otra vez que el hombre vuelva de nuevo a Él. Y en este camino Dios nos ha ido buscando apasionadamente, sin abandonarnos nunca. Y ¿de qué manera lo ha hecho?: mediante lo que conocemos como las Alianzas.

 

Para comprender la historia de la Salvación es fundamental comprender las Alianzas. Las Alianzas son para Dios, una forma de manifestarnos su Amor y hacernos parte de su familia.

 

Veamos las sucesivas Alianzas establecidas entre Dios y la humanidad:


-              -Dios con una pareja (Gn 2, 1-3): Dios hace una alianza con Adán y Eva y su sello es el día sábado, el séptimo día.

 

-             -Dios con una familia (Gn 9, 8-17): Dios hace una alianza con Noé y su familia, luego del diluvio. Su sello es el Arco Iris en el cielo.

 

-            -Dios con un clan (Gn 17, 1-14): Dios hace una alianza con Abraham y todo su clan. Su  sello es la circuncisión (en hebreo, Brit Milá)

 

-            -Dios con un pueblo (Ex 24, 1-11): Dios hace una alianza con Israel por medio de  Moisés  y sella esta alianza con la sangre de los animales derramada sobre el altar y  rociada sobre  los hombres.

 

-            -Dios con todas las naciones (Mt 26, 26-28; Mc 14,22-24; Lc 22, 19-20): Dios hace una alianza nueva y eterna cuyo sello es el cuerpo y la sangre de Cristo.


De todas las alianzas, la última culmina todas las anteriores, de ahí que la conozcamos como la Alianza Nueva y Eterna. Así mismo, de todas ellas, las tres últimas: la establecida con Abraham, la de Moisés y la última y definitiva, la de Cristo, tienen como sello y denominador común la efusión de la sangre.

 

Ese mismo sello nos es recordado simbólicamente a los masones Rectificados cuando nuestra ceremonia de Iniciación: “Debéis sellar aquí con vuestra sangre el compromiso que acabáis de contraer[2]. Aunque finalmente no sea necesario tal derramamiento, está simbólicamente muy presente, si bien traducido en el sacrificio de la propia voluntad humana en favor de la voluntad divina.


La conmemoración de la Natividad de Cristo para el mundo cristiano, es la culminación del Amor de Dios por el hombre que llega hasta asumir la naturaleza humana y todas sus consecuencias, sin abandonar no obstante su condición de Dios. Tanto es el amor de Dios por el hombre, que sin tener necesidad de hacerlo, lo hace para hacerse cargo de todos sus pesares, cargas culpas y limitaciones.

 

El ser humano, celebrando la Navidad trata de emular torpemente, toscamente ese Amor que profesa Dios por el hombre, tratando de expresar el amor que tiene para con sus seres queridos; el amor que debería también profesar por el prójimo y que pocas veces sabe cómo hacerlo.

 

Ese amor humano para con los que queremos o consideramos amigos, lo manifestamos normalmente juntándonos en familia o con los amigos; -en nuestro caso, también con los Hermanos- o con los que no lo son tanto y celebramos lo que conocemos como “cenas de trabajo”.

 

Pero este año marcado, “sellado” por la #Covid-19 será distinto; ha de ser distinto; y las familias no podremos ni tan siquiera reunirnos como hacemos normalmente. Tampoco podremos encontrarnos con los amigos, ni con los Hermanos de la Logia.

 

Este año, la celebración de la Navidad habrá de ser “más interior”, pero no por ello ha de ser más triste. Me atrevería a decir que la celebración de la Navidad será, o ha de ser más auténtica, más íntima. Más desprovista, si se quiere de guirnaldas y floripondios, excesos en definitiva, y más cercana a la simplicidad e intimidad del mítico pesebre de Bethelem, el lugar donde lo más grande y más poderoso vino a hacerse hombre, lejos de toda suntuosidad, de todo palacio, de toda grandeza. El Emmanuel (uno de los Nombres de Cristo): Dios en nosotros y con nosotros, escogió ese lugar simple y recogido del ruido del mundo.

 

La celebración de este año, puede, y ha de ser más auténtica: recogidos todos y cada uno de nosotros en lo más íntimo de nuestro corazón, disponiéndolo todo “preparando la casa” para recibir tan ilustre invitado: Emmanuel, Dios en nosotros. Sólo podremos ser testimonios de Él, irradiar su inmenso Amor, si somos capaces de prepararle un lugar en nuestra casa: en nuestro corazón, disponiéndolo todo como haríamos para con nuestro huésped, familiar o amigo más querido.



Probablemente la Navidad no sea como la celebrábamos; para celebrar la Natividad del Señor probablemente no haga falta ni el dispendio ni el ruido con el que veníamos haciéndolo, por bien que sea humano la forma de expresar dicha alegría. Este año, la Navidad ha de ser recogimiento; oración y contemplación del Misterio más grande de todos los misterios que nunca han sido ni serán: Dios viene a nosotros, haciéndose hombre y lo hace simplemente por Amor. Recibámosle en silencio o acompañados por los más allegados de nuestra familia, o “burbuja” como dicen hoy los medios informativos.

 

Probablemente la mayor muestra de amor hacia nuestros semejantes y hacia el prójimo en general, se esta manera íntima de celebrarla; con toda seguridad mucho más auténtica y a la altura de lo que Dios espera de nosotros: renunciando, sacrificando “una manera” de celebrar la Natividad del Señor,cuya interactividad social, no hace sino poner en peligro a aquellos que tanto amamos.

 

Quizá la fatalidad puede servir, en estos últimos días de Adviento, para zarandear nuestras costumbres y dejemos de confundir lo que simplemente era continente y nos disimulaba el auténtico contenido. Las circunstancias marcadas por las autoridades sanitarias con el fin de preservar la salud humana, pueden confrontarnos con el auténtico mensaje de la Natividad del Señor: su inmenso e inconmensurable Amor por la humanidad, que lo llevó a hacerse uno más entre nosotros.


NOTAS:

[1]El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. 1 Juan IV, 8.

[2]Ritual Aprendiz R.E.R. págs. 82, 83, 112, 119.



¡Feliz Navidad a todos!

 

 

17 de diciembre de 2020,

 

Ramón Martí Blanco


 

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